Flat Erik: Neovalladolor es un manual de supervivencia en forma de ensayo: no aporta conclusiones, pero intenta plantear debates”

Mateo Trapiello
15 min readMay 2, 2021
Imagen: Sonido Muchacho

Esta entrevista fue realizada hace cuatro meses, pero diversas circunstancias han dificultado su salida. La revista en la cual iba a ser publicada originalmente, y donde escribía desde 2016, desapareció sin previo aviso. Traté de contactar con otros medios de comunicación ofreciéndoles el artículo, pero solo obtuve bien silencio, bien una respuesta negativa (siempre respetuosa). Tras mucho tiempo reflexionando, decidí que, si no quería que todo el trabajo se echase a perder, la mejor opción era publicarlo por mi cuenta, en las mismas condiciones en las que habría salido el pasado enero. Quiero creer que ahora empieza algo nuevo y qué mejor forma de hacerlo que con este texto.

Víspera de Reyes. Once y pico de la mañana. El aire helado de Valladolid (ese “frío seco” del que tanto hablamos los lugareños) me muerde las manos mientras contesto los últimos mensajes de Erik Urano para actualizar nuestros planes. El bar donde nos habíamos citado para esta entrevista resulta estar cerrado, así que nos toca acomodarnos en una terraza cercana, con la vana esperanza de que el sol de invierno compense los rigores de la intemperie. Pucela tiene sus cosas buenas, a pesar de todo, como que, de un día para otro, dos personas con dos ritmos de vida totalmente dispares podamos coincidir en espacio y tiempo para tener una conversación “presencial”, según el lenguaje pandémico. Las videollamadas nos han acercado desde el confinamiento, pero hay algo en la proximidad de la charla ligera mientras se espera un café en la misma mesa que hace un poco más familiar esta “nueva normalidad” a la que cada día vemos más las grietas y las precariedades. Quizá gracias a eso la entrevista terminará por desbordarse más allá de los límites de la grabadora, desordenándose y reconduciéndose en el proceso sin mucho control por nuestra parte.

A Erik no solo no le molesta esta falta de orden, sino que la prefiere y, de hecho, parece divertirle. Quizá sea cosa de que la pandemia nos ha acostumbrado a caminar sin red e improvisar en el último momento, o quizá sea porque los dos jugamos en casa y hablar de Neovalladolor (2020), su nuevo álbum, por momentos parece casi una excusa. Pero solo casi: en todo momento en nuestra conversación orbitamos alrededor de Valladolid, y por eso hablar sobre la música de Flat Erik (su actual alter ego), sobre artistas locales o sobre que nuestras madres se conocen viene igualmente al caso. “En mi música no hablo en concreto de Valladolid pero en el fondo sí que estoy haciéndolo. Al final es un personaje más, otra colaboración”, afirma. “Están los productores, estoy yo y está la ciudad.”

Neovalladolor es una ciudad que puedes recorrer, con las canciones actuando como puntos de interés. Puedes darte una vuelta por la ciudad en el orden que te sugiero o visitar cada uno de esos lugares por tu cuenta.”

Valladolid siempre ha estado presente en su música desde sus tiempos en Urano Players, aquel grupo de hip-hop formado en algún momento de mediados de los 2000 que viajaba por el espacio con la vista siempre puesta en la urbe. Era cuestión de tiempo que aquel lema suyo de Valladolor el Drama, que terminó por convertirse “en seña de identidad, sobre todo cuando íbamos a tocar fuera”, se reificara por propia voluntad y pasase al primer plano. “A veces se me otorga una responsabilidad que no tengo: hay ocasiones que al componer una melodía o una letra casi no puedes asegurar que sea tuya, es algo que viene y te coge a ti más que tú a ella. Partí de una reflexión de unas letras que tenía, del concepto de recorrer la ciudad y que la ciudad me recorra a mí. Es una sensación de ida y vuelta, por eso en el disco quería hacer lo mismo.”

En buena medida, Neovalladolor es la continuación natural de los temas que Erik, ya sea Urano o Flat, ha hecho propios desde el inicio de su andadura en solitario (que abrió con aquel Ácido y Oxígeno apadrinado por el resto de la familia Urano) y que, ante todo, se manifiestan en la evolución de su lenguaje y sus símbolos. “Más que significar cosas distintas, diría que esos conceptos se van resignificando”, reflexiona cuando le pregunto sobre esa simbología, hecha de niebla, gorriones y bloques de barrio, común a prácticamente todos sus trabajos. “Me voy reinventando en el camino pero el camino siempre es el mismo.”

No cabe duda de que esa autoconsciencia del camino ha ido ganando peso en sus letras con los años; de ahí ese descenso del imaginario espacial del que hacía gala Cosmonáutica (ya un clásico moderno del hip-hop nacional) hacia la materialidad terrestre para trazar un personal mapa sonoro de su Valladolid interior, tan fidedigno que prácticamente se hace navegable. “Neovalladolor es una ciudad que puedes recorrer, con sus puntos de interés (que podrían ser las canciones), pero también es un poco «elige tu propia aventura». El disco funciona de inicio a fin, porque narrativamente es muy cerrado, pero cada canción funciona por separado. Puedes darte una vuelta por la ciudad en el orden que te sugiero o visitar cada uno de esos lugares por tu cuenta.”

Imagen: Juan Carlos Quindós

La dirección creativa de Neovalladolor (el disco y la urbe, tanto da) no está restringida a la perspectiva de Erik. “Tiene mucho imaginario común, muchas zonas comunes con otra gente. Ese concepto de ciudad igual tiene algo que ver, en cuanto a que una ciudad es una mente colectiva. Yo podría ser el alcalde, pero hay todo un mecanismo que hace que la ciudad funcione sin depender solo de mí.” Cada vez concibe menos las colaboraciones en sus trabajos, dice, aunque le encanta hacerlo fuera de su estilo, como atestigua su aparición en “Atlántico” de Novedades Carminha o su participación en Detrás del Espejo: Variaciones y Ecos, una revisión coral del álbum de Triángulo de Amor Bizarro.

“Es inconscientemente otra rebeldía más en lo que hago; la gente normalmente tira mazo de cartera de colaboraciones para pillar oyentes, pero estoy un poco fuera. Tengo una agenda con la que podría llamar a casi cualquiera de la gente más puntera en España, porque los conozco prácticamente a todos y hay un respeto mutuo, pero tampoco es una cosa que me interese a nivel artístico, entonces no lo puedo hacer.” A pesar de los únicos featurings de este álbum son Niño de Elche y Suzzee, insiste en que “es un disco muy colaborativo. Están los productores, el nivel gráfico con Daniel Muñoz y Nano4814, el vídeo de “NeoVdO” de Juan Carlos Quindós… han participado muchas mentes en el disco. Igual bajo mi batuta, pero es un disco muy colaborativo, más que otros que he hecho hasta ahora.”

La gente de Sonido Muchacho me decía que de rapero cada vez tengo menos, que esta propuesta es casi un género en sí misma y a ellos les llama la atención. Creo que es el lugar donde realmente quiero estar en la industria.”

Tal vez gracias al modo en que Neovalladolor articula el peculiar estilo de todas esas mentes involucradas, no resulta tan extraño que haya sido lanzado bajo el amparo de Sonido Muchacho. El sello madrileño sigue siendo el refugio para todos los talentos emergentes de las diferentes escenas indies y alternativas, pero cada vez muestra más empeño por hacer de su catálogo uno muy ecléctico, como reconoce el propio Erik. La asociación cultural vallisoletana Colectivo Laika “fue la pieza clave” en este peculiar encuentro, que se desarrolló con total comodidad entre las partes. “La gente de Sonido Muchacho escuchó el disco con todo ya empezado, les emplumé toda la movida y nadie jamás me ha puesto trabas para nada. Y están contentos con el resultado. Me decían que yo de rapero cada vez tengo menos, así que es una propuesta que es casi un género en sí misma y a ellos les llama la atención. Creo que Sonido Muchacho es donde realmente quiero estar en la industria.”

Ese eclecticismo inclasificable juega a favor de Flat Erik, acercando su música a públicos diferentes, libre de parámetros cerrados. Para él, el rap es simplemente “el lenguaje expresivo que utilizo, la corriente a la que yo me enganché por una cuestión generacional. Era lo más DIY, era el punk de mi época.” Ahora, con su experiencia acumulada, puede usar “esos patrones como punto de partida para desarrollar un imaginario propio” y satisfacer su constante inquietud. “Para mí, el rap más auténtico que puedo hacer es el que me salga de la polla hacer. No he creído nunca en los patrones estéticos y eso en España ha pasado mucho con el rap: o te sumías a ciertos códigos y formas estéticas o estabas fuera, y eso es de lo que desde el principio hemos huido. Por eso creo importante mantener la autenticidad a nivel personal, salirse de los márgenes. Tienes que tener la mente siempre en la vanguardia o en el paso adelante: artistas que hoy se conocen como ortodoxia, como Camarón o Enrique Morente, en su día se salieron y les vapulearon por ello. Ahora La Leyenda del Tiempo le flipa a todo el mundo. ¿Era menos auténtico en su momento? No, era más, por eso no lo pudieron asimilar.”

Veo mis letras como muchos micro-aforismos conectados. Intento sintetizar al máximo las ideas y que esas frases no se completen hasta que no llega la persona que lo escucha. La conciencia externa es la que acaba la obra.”

Por cómo habla de su trabajo, pero también sobre el de otras personas y sobre diversas prácticas musicales en general, en toda nuestra conversación Erik deja patente la importancia que tiene la perspectiva ajena en la creación artística; al menos, la de la gente que le importa. “Igual que no he sabido atraer el dinero o el éxito”, comenta cuando le pregunto si se ha topado con alguna oposición pureta en su deriva artística, “siempre he tenido buen feedback a nivel crítico, siempre se ha valorado lo que hago”. Pone en valor la respuesta que recibe de “la gente de su trabajo” (Erik se dedica a la educación especial), que considera un buen indicador de cómo se escucha su música desde fuera y cómo se interpretan unas letras que define como “muchos micro-aforismos conectados”.

“[Las personas con las que trabajo] dicen que ahora se me entienden más las letras que al principio. Y lo entiendo porque es una movida más abierta, pero soy consciente de que se ha ido encriptando. Artísticamente tengo mis metas y revoluciones internas, yo también he ido buscando esa economía del lenguaje. Para mí es un entretenimiento artístico condensar las ideas lo máximo posible, por eso el concepto de haiku lo tengo muy presente, no tanto por el contenido de esos poemas como por la forma. Intento sintetizar al máximo las ideas y que esas frases no se completen hasta que no llega la persona que lo escucha. La conciencia externa es la que acaba la obra.”

Imagen: Juan Carlos Quindós

La alusión a la clásica estructura poética japonesa no es casual, aunque ni de lejos es la primera vez que se remite a ella: “Haiku” es también el nombre del single que lanzó el pasado septiembre, acompañado de un cuidadísimo videoclip en el que explora diversos rincones de una nocturna Valladolid post-confinamiento (“Estoy todo el rato dando vueltas al mismo laberinto”, comenta divertido) en compañía de la voz del cineasta francés Chris Marker. La frase del documentalista con la que cierra el vídeo (“Si no se puede ver la felicidad en la imagen, al menos se verá el negro”) llama la atención sobre la persistencia de la oscuridad en el imaginario de Erik, si bien él considera, entre risas, que “más que oscuro, diría que es nublado.”

Siempre trata de imprimirle un componente esperanzador a lo que hace, aunque conviene en que, si ya de normal era difícil atisbarlo en sus canciones, en 2020 se ha hecho aún más complicado ver a través de sus tinieblas. “Como hablo de mi propia obra es complicado; creo que tiene más razón la gente que lo ve oscuro desde fuera que yo desde dentro sin verlo. Las líneas en las que me muevo creativamente se aprovechan más de la oscuridad que de la luz. El lenguaje que uso cuaja más con un paisaje sonoro industrial y oscuro que con lo luminoso y colorista. Pero el contenido de las frases lo veo más esperanzador, como de lucha. Creo que es eso, esa esperanza de luchar y querer mejorar las cosas.”

El disco ha sido un ensayo no premeditado de qué era el mundo a día de hoy. Si siempre estás intentando estar un breve lapso de tiempo por delante de la época a la que perteneces, irremediablemente habrá veces que te alinees con la realidad.”

Ni por lo material ni por lo emocional lo tuvo fácil Neovalladolor en su lanzamiento, a pesar de que venía con mucho hype: apenas una semana después de la proclamación del primer estado de alarma, quizás este oscuro viaje por las opresivas entrañas de una ciudad distópica “no era lo que más apetecía escuchar en plena cuarentena”. Le confieso que yo tuve esa misma impresión la primera vez que lo escuché, pero que al mismo tiempo lo veía como una herramienta para interpretar y familiarizarse con a situación tan jodida (porque esa es la palabra) que estábamos viviendo en el confinamiento duro; un sentimiento que, seguramente, haya sido compartido.

“Me flipa que me lo digas porque así es como lo he visto”, responde. “No es una válvula de escape mientras el mundo arde fuera, sino más bien un manual de supervivencia, como un ensayo: no son tesis acabadas, no dan conclusiones, pero generan un nuevo debate. Pienso que en esta época, el disco ha sido un ensayo no premeditado de qué era el mundo a día de hoy.” Neovalladolor anunciaba su distopía mirando a Akira y Blade Runner, pero ha terminado alineándose con la realidad pandémica sin apenas pretenderlo. Aun así, Erik no se muestra del todo sorprendido: “Si siempre estás intentando estar un breve lapso de tiempo por delante de la época a la que perteneces, irremediablemente habrá veces que te alinees con la realidad. Empecé en la ficción especulativa y según salió el disco me lo hicieron costumbrista”, remata con más sorna que decaimiento.

Tampoco es que el paradigma sociopolítico de la España de 2020 sea mucho más alentador que el de su distopía futurista. En un año en el que ideas como la libertad (uno de los temas centrales de la discografía de Erik) o el escepticismo se han visto distorsionadas hasta el esperpento, cuesta encontrar el equilibrio entre la perspectiva crítica y el cinismo. “Supongo que artísticamente intento hacer lo que más anhelo o no puedo hacer como persona. En la creación me pongo desde esa perspectiva, que más que elevada diría que es despegada, porque como ciudadano normal estoy igual de enfangado que el resto.” A pesar de todo, conviene en que esa forma de vivir entre dos mundos, el de la creación artística y el del trabajo social, tiene un reflejo positivo en la independencia que le otorga como músico.

“Puede tener matices peligrosos eso de que tu sustento dependa directamente de tu creación sobre todo por los tiempos actuales de producción. Si dependiera de la música me vería abocado a mantener unos ritmos de lanzamientos que creativamente no puedo asumir. A veces lo deseo, y hay gente que por suerte puede vivir solo de la música, pero por lo que hago, no se si por la costumbre de cómo lo hago, quizá perdería cierta validez o profundidad.” Aun así, reconoce, le gustaría que la actividad musical le reportase beneficios más estables. “A nivel de números e industria yo soy un fracasado. Sí siento esa relevancia cultural, hay mucha gente de muchos estilos que me viene a hablar de lo que hago y noto ese respeto, esos credenciales los llevo encima. Pero no se traducen a nivel económico.”

Valladolid está recogiendo los frutos de los años oscuros de opresión cultural. Para ser una ciudad que no lo ha tenido fácil, tiene un movimiento cultural fuerte, basado en el cooperativismo más que en la industria.”

De vivir apretada en lo financiero y lo creativo sabe mucho la escena cultural vallisoletana en su conjunto, especialmente la musical. La sombra de la anterior alcaldía es alargada y aún perdura el legado de veinte años de auténtico oscurantismo cultural y aplicaciones interesadas de la Ley del Ruido, como denunciaba Javier Vielba (Arizona Baby, El Meister) en una intervención en el pleno del Ayuntamiento allá por 2016. No obstante, Erik considera que esta aquella adversidad terminó por curtir al arte local, haciéndolo salir reforzado. “La perspectiva negativa de tantos años de De la Riva es evidente, pero creo que su opresión ha generado un movimiento cultural fuerte con bases muy sólidas. En esos años de oscuridad se han gestado tantos proyectos de peña que hace fotografía, que pinta… y ahora estamos recogiendo los frutos de esos años oscuros. Solo en el terreno musical hay muchos grupos muy activos, para ser una ciudad que no lo ha tenido fácil.” Cree que la ciudad se encuentra “bien posicionada” dentro del panorama nacional, y que su estatus intermedio en el que no es “ni capital ni extra-pueblo” ha favorecido la aparición de “un movimiento cultural fuerte basado en el apoyo mutuo y el cooperativismo más que en la industria, como pasa en Madrid y Barcelona. Allí todo tiene más que ver con el éxito y la relevancia y aquí con el morirte de asco, y eso le da una cierta validez al arte que se hace aquí, algo identitario.”

¿Y dónde se ve Flat Erik en ese morirse de asco, le inquiero, en este futuro que se vuelve más incierto y precario a cada instante? Una pregunta comprometida que no impide una contestación juiciosa y prudente. “Estoy viviendo una etapa complicada, entre la edad y esas cosas. El rap está muy conectado con la juventud, siempre llegan propuestas nuevas, y es un mundo en que te hacen sentir muy fuera muy rápido; como los futbolistas, que con 30 años son viejos. Es algo que siempre me sobrevuela, pero ahora mismo he llegado a un punto creativo en el que estoy tan solo en un espacio tan propio que afortunadamente creo que no dependo tanto de las corrientes y las generaciones. Vivir en esa línea entre dos aguas es un poco raro, pero mirándolo con optimismo espero seguir haciendo cosas. Lejos de verme limitado creativamente, para mí siempre me alimento de ese margen de mejora: para mí lo mejor que he hecho es lo último que he hecho. Mientras siga teniendo ese hambre, espero seguir haciendo cosas. Pero la vida no lo pone fácil.”

Imagen: Juan Carlos Quindós

Un género es solo una forma de canalizar algo, pero lo que importa es qué canalices. Cada vez soy menos radical en los planteamientos y creo más en las zonas comunes de entendimiento.”

A pesar de la gravedad con la que a veces termina estas reflexiones, Erik sigue haciendo honor a su mantra de no perder de vista la luz al final del túnel. En su música, en ese ensayo accidental que es Neovalladolor, no hay escapismo, pero tampoco ha hecho de él un disco pretendidamente político a fuerza de pesimismo nihilista y autocomplaciente. “Siempre asociamos «política» a ese tipo de cosas”, coincide, “y al final todo es política. Por ejemplo, Bad Bunny para mí es súper político. La canción de “Yo Perreo Sola”, cuando salió en televisión con la camiseta denunciando el asesinato de una chica trans… ¿qué hay más político que eso? ¿Qué más me da el género musical que haga esa persona? Para mí tiene mucha más política Yung Beef que Los Chikos del Maíz. Él es una voz de su época, una radiografía de la España que él vive, no una movida panfletaria; desde el respeto, que Los Chikos del Maíz hacen lo que hacen aunque a mí no me guste. Pueden tener una carga política de la hostia, pero su carga artística es nula, pocos productos hay más anodinos que ese. Al final, un género es solo una forma de canalizar algo, pero lo que importa es qué canalices. Yo en lo que hago apenas hablo de política directamente, pero lo veo súper político, muy posicionado. Abierto, no conclusivo…” Cuando le digo que me resulta muy interesante que en su comentario político priorice la interpretación ajena antes que arrojar respuestas inamovibles, deja una última y especialmente sabia reflexión: “Al final lo que más valoro es esa dialéctica de llegar a espacios comunes. Cada vez soy menos radical en los planteamientos y creo más en las zonas comunes de entendimiento. Al final, la política es básicamente eso: partir de la dialéctica para llegar a un punto común. No habríamos conseguido nada sin eso.”

Hace rato que se nos acabó el café, pero ahora también lo hace el tiempo: Erik tiene que coger un autobús y yo que recuperar la temperatura corporal que he perdido en esta terraza mientras estaba absorto en la conversación. Caminamos un rato juntos, hablando del Auto-Tune, de la muerte de MF DOOM, de videojuegos, de juntarnos a tomar unas cañas cuando la cosa esté más tranquila. En su día parecía un plan cercano, sencillo, pero la pandemia sencillamente sigue y no deja hacer planes más allá del aquí y el ahora; y a veces, ni eso. Me vuelvo a casa con una copia de Neovalladolor en el bolsillo y siento que entiendo un poco mejor sus calles, pero también las que piso, las de una ciudad complicada en un país y una época convulsas. Sigo teniendo muchas dudas, claro, pero no me preocupa. Si algo me ha demostrado la pasada hora y media hablando con Erik Urano es que sostener grandes verdades no importa tanto como tener las preguntas adecuadas.

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Mateo Trapiello

Semiótica material, cabreo dialéctico. Vengo a hablar de cultura y a ponerme político. “Pienso en aquello que nunca supe y hablo de aquello que creo que sé.”